Carta de Leandro N. Alem - La unión cívica
La trágica muerte de Leandro N. Alem: un solitario
carruaje, un disparo y una dramática carta con su testamento político
Hoy hace 123 años Leandro N. Alem, el fundador del radicalismo, se
quitaba la vida camino al club El Progreso. “Mis dolencias son gravísimas,
necesariamente mortales. Adelante los que quedan”, escribió antes del disparo
fatal
A las 9 de la noche del
miércoles 1 de julio de 1896 de la casa del Dr. Leandro N. Alem habían solicitado un coche. Puntual, el
cochero Martín Suárez llegó a la puerta del domicilio, en la calle Cuyo (hoy
Sarmiento), entre Callao y Rodríguez Peña.
Como había pasado casi una
hora sin que nadie saliese, estuvo por irse, hasta que de pronto apareció, como
un relámpago, el diputado Alem. Mientras se subía al carruaje número 1558,
preguntó:
Según el conductor, no habrían
hecho más que veinte metros cuando escuchó un estampido. Creyó que había
sido un cohete. Además, el sonido de los cascos del caballo contra los
adoquines confundían los ruidos callejeros.
Cuando el coche llegó a la sede del club, que por entonces funcionaba en Perú y
Victoria (hoy Hipólito Yrigoyen), el cochero repetía: "El doctor Alem se mató…"
Yacía sobre el asiento. Vestía su
característico traje oscuro, muy usado, con un corte un poco pasado de moda.
Sobre sus hombros, un poncho de vicuña. Junto
a su mano derecha había un revólver Smith & Wesson de culata nacarada.
Se veían manchas de sangre, algunas en la ropa y otras sobre el asiento. Aún se
percibía el olor a pólvora.
Uno de los socios del club que casualmente ingresaba, hizo llamar a la
policía, mientras que el portero José Rodríguez entraba para dar la noticia.
Llevaron el cuerpo al salón del primer piso donde lo depositaron sobre
una mesa. Detrás de la oreja
derecha se veía el orificio de entrada de la bala.
Alguien cubrió su
rostro con el poncho de vicuña que el suicidado traía. Tenía 54 años. Para la medianoche, los alrededores del
Club del Progreso eran un hervidero de gente, que se dio cita a pesar del frío
y la llovizna.
La noticia cayó como un
balde de agua fría entre sus amigos y entre sus adversarios políticos, quienes
lo respetaban, aunque algunos no lo entendían. En la redacción del diario La Nación se armó de apuro la crónica del hecho, y destacaron que
"hacía mucho tiempo que estábamos distanciados del Dr. Alem en
las actividades y apasionamientos de la lucha política. El iba por un camino, nosotros por otro; convencidos él
y los suyos de que la senda que seguían era la única buena para llegar
seguramente al logro de sus fines patrióticos, y creyendo nosotros con la misma
seguridad que la nuestra era la mejor", escribieron al día siguiente.
El hijo del ahorcado
No las tuvo sencillas el joven Leandro. Había nacido en Buenos Aires
el 11 de marzo de 1842. Su padre Leandro Antonio Alén y su madre Tomasa Ponce
Gigena manejaban una pulpería en Rivadavia y Matheu, donde Leandro creció. Tenía solo 11 años cuando vio como ejecutaban a
su padre, junto a Ciriaco Cutiño, por su pertenencia a la mazorca rosista.
Fue el 29 de diciembre de 1853 en la Plaza Independencia, que ocupaba un
terreno entre la actual avenida Independencia, Bernardo de Irigoyen, Tacuarí y
Estados Unidos.
Muy a pesar suyo, comenzaron a llamarlo "el
hijo del ahorcado".
Lo atormentaba la duda de si su padre había enfrentado la
muerte como un hombre. Tenía grabado en su mente que le había
costado subir al cadalso, ya que había sufrido una hemiplejia. Su andar
vacilante y tembloroso contrastaba con la actitud desafiante de Cuitiño que
hasta llegó a pedir hilo y aguja -que se lo dieron- para atarse el pantalón al
chaleco y así evitar que se le cayeran cuando su cuerpo exánime quedara colgado
a la expectación pública, tal como estipulaba la sentencia.
El joven Leandro tomó la
decisión de modificarse el apellido, cambiando la "n" por la
"m". Aún es motivo
de controversia el significado de la "N.", que se interpreta como
Nicéforo. También firmaba como "Ln. Alem". Cuando le preguntaban qué
significaba la "n" minúscula, respondía "nada. Eso significa".
Fue a combatir como soldado federal junto a Urquiza, en Cepeda. Dos
años después, lucharía en Pavón como soldado porteño. Luego peleó en la guerra
contra el Paraguay, donde fue herido en Curupaytí.
En 1868 se incorporó al partido Autonomista de Adolfo Alsina y al año
siguiente se graduó de abogado. Fue secretario en la legación argentina en el
Brasil y vicecónsul en Asunción del Paraguay.
Cuando Alsina y Mitre acordaron unirse, Alem dejó el
Autonomismo y fundó el partido Republicano. En los intensos debates por la federalización de Buenos
Aires, estuvo en contra de la capitalización, que sería aprobada. Se oponía al centralismo que tendría Buenos Aires. Renunció y por casi diez años desapareció de la
política.
La Unión Cívica
Volvería a estar presente en 1889 cuando se fundó la Unión Cívica de la Juventud. Al
año siguiente, fue el presidente por aclamación de la Unión Cívica y jefe de la
revolución del Parque, que fue derrotada pero que provocó la renuncia del
presidente Miguel Juárez Celman.
La Unión Cívica, preparándose para las elecciones presidenciales que
se celebrarían un año más tarde, había proclamado la fórmula Bartolomé Mitre-Bernardo de Irigoyen. Era
un binomio fuerte que arrasaría con el alicaído roquismo. Pero cuando Mitre
regresó de un extenso viaje por Europa, Julio
A. Roca les ganó de mano a todos. Le propuso a Mitre un acuerdo,
por el que se "suprimía la
lucha electoral para la presidencia futura", a fin de evitar enfrentamientos.
Se armaría una fórmula con Mitre, acompañado de una figura del entorno de Roca.
Alem y los suyos pusieron
el grito en el cielo porque precisamente a través de la lucha electoral ellos
pretendían modificar el régimen que desde 1880 movía los hilos de la política a
gusto y placer.
La Unión Cívica se
dividió: la Nacional, que llevaría la fórmula Mitre-José E. Uriburu y la
Radical, con Bernardo de Irigoyen y Juan Garro.
Desencuentros y desinteligencias entre los aliados de Roca hicieron que el
acuerdo se cayera, y con él la candidatura de Mitre.
Había nacido el
radicalismo, uno de los primeros movimientos populistas de América Latina, que
incluiría una novedad en la política, que fue la movilización de la población
urbana.
Para Alem su misión
era la restauración de la república; bregaba por el reestablecimiento
institucional, la honradez gubernativa, la libertad de sufragio y el respeto
por las autonomías provinciales.
El radicalismo encabezaría distintas revoluciones, en busca de apoyo
popular, con resultados inciertos. Un Alem empobrecido, como problemas de salud
es el que llegaría a julio de 1896.
"Perdónenme el mal
rato"
Ese 1 de julio había citado por carta a sus amigos Domingo Demaría, Oscar Liliedal, Adolfo Saldías,
Enrique De Madrid, Francisco Barroetaveña y Martín Torino. Los
esperaba en su casa, sin falta. La cita, pactada para la tarde, debió
postergarse un par de horas porque algunos de los mencionados no podían llegar.
En un momento de la reunión, fue a su escritorio -se cree que para suicidarse-
y se encontró con Demaría y Barroetaveña, que estaban hablando.
Entonces, fue cuando salió y se subió al coche, que había hecho llamar
por las dudas lo necesitase.
Fue el juez de
instrucción quien registró sus bolsillos. Habían dos paquetes para Martín Irigoyen y un papel: "Perdónenme el mal rato, pero he querido
que mi cadáver caiga en manos amigas y no en manos extrañas, en la calle o en
cualquier otra parte", lo que indica que planeaba suicidarse en
su casa.
"Vivir deprimido o morir" Dejaría otras cartas. A su hijo Leandro le escribió que "no abandones nunca la senda recta, por grandes que sean los sacrificios que alguna vez esta conducta pueda exigirte". Alem tenía a su cargo a su hermana soltera. "Adiós Tomasa. Perdóname todo cuanto te haya hecho sufrir por mi agitada vida y cuánto te haré sufrir por ésta, mi resolución. El caso era fatal; la situación ineludible. Vivir deprimido o morir (…) si algo me consuela, es esa confianza de que te hablo, de que tú no quedarás abandonada".
El entierro estaba planeado para
el día 3, pero la intensa lluvia lo impidió. El 4, a las 13 horas, sacaron a
pulso el féretro de su casa, donde había sido el velatorio, su sobrino Hipólito
Yrigoyen, Roque Sáenz Peña, Martín Irigoyen, su hijo Leandro, Pereira Rosa y
Manuel Ruiz Moreno.
A Barroetaveña le escribió sobre un "pequeño pliego para que se
publique". Era su testamento
político. Entre sus conceptos, señala:
"He
terminado mi carrera, he concluido mi misión. Para vivir estéril, inútil y
deprimido, es preferible morir. Si, que se rompa, pero que no se
doble.
He luchado de una manera indecible en estos últimos tiempos, pero mis fuerzas,
tal vez gastadas ya, han sido incapaces para detener la montaña y la montaña me
aplastó.
"He dado todo lo que podía
dar; todo lo que humanamente se puede exigir a un hombre, y al fin mis fuerzas
se han agotado…
"Los sentimientos que me han
impulsado, las ideas que han alumbrado mi alma, los móviles, las causas y los
propósitos de mi acción y de mi lucha en general en mi vida, son, creo,
perfectamente conocidos. Si me engaño a este respecto, será una desgracia que
yo ya no podré ni sentir ni remediar.
"Entrego, pues, mi labor y
mi memoria al juicio del pueblo, por cuya noble causa he luchado
constantemente. En estos momentos el partido popular se prepara
para entrar nuevamente en acción en bien de la patria. Mis dolencias son gravísimas, necesariamente
mortales. Adelante los que quedan.
"Ah,¡Cuánto bien ha podido
hacer este partido, si no hubiesen promediado ciertas causas y ciertos
factores!
"No importa ¡todavía puede hacer mucho, pertenece principalmente
a las nuevas generaciones, ellas le dieron origen y ellas sabrán consumar la
obra, deben consumarla! Me voy para
allá, muy lejos", le escribió a otro de sus amigos.
La mesa, donde habían depositado su cuerpo la trágica noche del 1 de
julio de 1896, aún se conserva como un tesoro en el Club del Progreso.